domingo, 14 de febrero de 2010

LA MULA DE IGUERIBEN

La mula de Igueriben

Era joven, su edad apenas llegaba a los seis años. Tenía el pelo castaño corto y lustroso. Los remos finos, las ancas poderosas, los ojos brillantes, vivos, de lagrimales sangrientos que le dan a la mirada un poquitín de fiereza. En la nalga izquierda tiene el recuerdo glorioso de los balazos que recibió en el combate. Son dos cicatrices negras y brillantes como dos pedacitos de charol incrustados en el cuello.

Con estos términos describió Carlos Guillén en 1922 a uno de los pocos seres vivos que desde Igueriben pudieron escapar y llegar con vida a la plaza. Un año después descansaba y recuperaba sus heridas. Era la mula de Igueriben.
Había llegado al campamento de Annual junto a las fuerzas de la comandancia de Intendencia. Según las cuentas de Picasso, entre caballos y mulas se juntaron 1786 cabezas en la posición pertenecientes a todos los cuerpos. El 17 de julio el coronel Arguelles (jefe de la circunscripción) ordenó formar un convoy para intentar socorrer a los soldados que en Igueriben ya vivían momentos de angustia. A las 14.30 de ese día el parque móvil organizó la caravana. Aquella mula junto a otras setenta y seis compañeras, intentarían llegar hasta el corralito donde se defendían los hombres del comandante Benítez. Llevarían a sus lomos-como siempre- pesadas cargas. Municiones, comida y 10 cubas de agua. Junto a ellas una sección de intendencia al mando del alférez Ruiz Osuna y el sargento Rodríguez Peña. Y otra de la comandancia de artillería al mando del teniente Nougués Barrera (junto a 17 artilleros). A nuestra mula le tocó llevar dos cajas de municiones, junto a ellas su conductor el acemilero cargó un acordeón.



La caravana formaba parte a su vez de una columna, compuesta básicamente por tropas de regulares que mandaba el comandante Francisco Romero Hernández. El 2º Tabor al completo, 2 compañías del 1º y dos escuadrones de caballería. Uno de estos últimos sería el encargado de dar protección a la reata de mulas. Lo mandaban el capitán Joaquín Cebollino, el teniente Carvajal y un oficial moro.
Las fuerzas de Romero van abriendo camino. En las alturas se sitúan las tropas de regulares, que son fuertemente hostigadas desde las lomas que rodean Igueriben . Las nerviosas acémilas deben sortear un mar de peligros hasta encarar la subida de la posición. Cebollino, con una maniobra de distracción, consigue atraer la atención de los rifeños. En ese momento los acemileros espolean a sus mulas y se lanzan sobre la subida. Tres compañeras de nuestra protagonista caen abatidas y se pierden sus cargas. Espoletas y granadas caen en poder del enemigo. En el mortal avance van cayendo un animal tras otro, otros resultan heridos. Las cubas agujereadas y las mulas encabritadas y asustadas, se extravían sin que los acemileros puedan hacer nada.
Finalmente los hombres de Cebollino consiguen entrar entre vítores en la cercada posición donde esperan sobre todo saciar su sed. Efímera fue su alegría. La mayoría de cubas estaban casi vacías y otras muchas se habían perdido. Aquella escasa ración de agua fue la última que recibieron hasta que cuatro días después abandonaron la posición. En esa jornada, entre los miembros del convoy se producen 95 bajas, de ellas 30 de soldados españoles. De los oficiales resulta muerto el teniente Pedro Ledesma y heridos el comandante Romero y el alférez Tomasseti. Al capitán Cebollino le concederían en agosto de 1927 la Cruz Laureada.
En Igueriben quedan Nougués y Ruiz Osuna junto a los hombres que han podido llegar. Cebollino y sus hombres abandonan la loma en dirección al poblado de Amesauro. Difícil papeleta la de poder llegar hasta Annual. En su camino recogen a varios conductores que habían quedado rezagados o heridos. Antes de partir Benítez y el capitán de regulares deciden dejar allí a las pocas compañeras de nuestra mula que no habían muerto en el empuje. Sesenta acémilas y caballos mueren intentando llevar agua y municiones hasta Igueriben. Sin embargo nuestra mula, herida, no llega a entrar en la posición, Se ha perdido y esa será su salvación, ya que sus pobres compañeras quedarán entre el parapeto y las alambradas, siendo en pocos momentos aniquiladas.

Teniente Nougués Barrera y alférez Ruíz Osuna

Desde entonces hasta el abandono de aquella maldita loma, sus cuerpos se descompondrían al sol y el insoportable hedor se convirtió en otro elemento más de la cadena de horrores que sufrieron aquellos pobres defensores.
Difícil saber que fue de nuestra mula. Debió vagar entre barrancos y desfiladeros, sorteando peligros y sometida al tormento de la sed. Sin embargo su instinto de conservación le guió de nuevo hasta Annual donde apareció tres días después, herida por dos balazos y sucia de polvo y sangre. A sus lomos aun portaba las dos cajas de municiones y el acordeón de su conductor. Tal vez aquel instrumento le salvó la vida, ya que dos balas habían impactado sobre él sin alcanzar a nuestra protagonista.
Sin mucho tiempo para descansar, nuestra desconocida mula tuvo que afrontar otra desbandada. Esta vez aun de mayores y funestas consecuencias. Tendría que luchar con todas sus fuerzas ya que muchos hombres se batirían entre ellos para subirse a su lomo. Atravesar un largísimo camino, correr entre cadáveres de soldados y ser testigo de la aniquilación de casi todas sus compañeras presentes en Annual. Ignoro de donde sacó fuerzas, tal vez alguien la guió. Pero el caso es que en octubre de 1922 el corresponsal de El Toledano, Carlos Guillén, la encontró en las cuadras de la comandancia de intendencia en Melilla.




Guillén intentó acercarse a ella pero desistió ante la mirada que de soslayo le envió nuestra mula. El sufrimiento, las heridas y privaciones habían agriado su carácter, pero no su valor. En honor a ello y al no poder premiarla de otra manera se le libró de todo trabajo y fue rebajada del servicio.
Nunca sabremos quien fue su acemilero. Todos los hombres de la comandancia de intendencia (1 oficial y 30 soldados) que se hallaban en Igueriben murieron en combate. Tan solo escapó con vida el soldado Francisco Alamino, que hecho prisionero fue trasladado hasta Axdir. Murió en cautividad el quince de diciembre de ese mismo año. Tampoco sabremos que ocurrió con las 5337 cabezas de ganado restante. La mortalidad debió ser altísima, por eso hoy quiero recordar el sacrificio y el servicio que aquellos pobres animales prestaron al ejército del general Fernández Silvestre. Ellas también forman parte de aquel ejército de desaparecidos.


Miembros de la comandancia de intendencia muertos en Igueriben

Bibliografía
El Toledano. 28 de octubre de 1922. Articulo de Carlos Guillén
Luís Casado Escudero. Igueriben. Madrid ,1923
Augusto Vivero. El Derrumbamiento. Madrid, 1922
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